6/25/2008

NEOLIBERALISMO EN BANCAROTA

Los renegados del neoliberalismo

Julio Godoy

"Economics are the method, but the objective is to change the soul."
Margaret Thatcher



La premisa fundamental del marginal debate académico sobre el fin de la globalización neoliberal, que tuvo lugar en algunas universidades europeas en los 1990s, decía que una crisis de gran envergadura sería necesaria para convencer a los gobiernos de los países industrializados de la necesidad de reintroducir reglas y controles, tanto en las finanzas como en el comercio internacional y en las inversiones de capital. Los académicos que participaron en tal debate - economistas, sociólogos, politólogos, ninguno de ellos representantes del "main stream" universitario - argumentaban también que esta crisis llegaría, más temprano que tarde, dados los excesos de riesgo acumulados sobre todo en la ingeniería financiera y en sus creaciones, los llamados derivados.

Crisis han habido, en serie, desde entonces. La crisis mexicana en 1994, la crisis asiática, que afectó América Latina y Rusia en 1997, la quiebra en cámara lenta del fondo especulativo Long Term Capital Management (LTCM) en 1998, el estallido de la burbuja de la mal llamada nueva economía, en 2002, por ejemplo.[1] Pero ninguna tuvo las dimensiones de la presente: Nacida en el inflado mercado de hipotecas y en la especulación inmobiliaria y de crédito de los Estados Unidos, la crisis ha llevado ya a la quiebra a varios bancos, ha sumido a los Estados Unidos en la recesión, destruyendo de paso las ilusiones de riqueza de millones de gringos, y se ha extendido al mundo entero. Incluso pueblecitos en Noruega están al borde la quiebra por haber involucrado sus finanzas públicas en los derivados financieros de las hipotecas gringas; bancos en Suiza, en Alemania, en Francia, en Inglaterra, han quebrado. Y, a pesar de los esfuerzos multimillonarios de los bancos centrales de todos estos países, la crisis no parece tener fin.

La crisis es el resultado inevitable de la irresponsabilidad de gobiernos, bancos, y fondos de inversión. Tanto banqueros como operadores bursátiles creyeron en el curso de los últimos años haber descubierto el perpetuum mobile, la máquina de hacer dinero sin inversión real previa. A raíz de la crisis de la deuda latinoamericana de principios de los 1980s, los bancos dejaron de ser prestamistas, para convertirse en intermediarios del crédito. Es decir, los bancos continuaron prestando dinero, pero al mismo tiempo, a través de la creación de los llamados derivados financieros, convirtieron los títulos de deuda en nuevos instrumentos negociables, que vendieron a los fondos especulativos. Ambos hicieron dinero a través de la subvaluación del riesgo de las hipotecas concedidas a deudores insolventes, y de la sobrevaluación del colateral, de las garantías obtenidas para los créditos. A partir de estas hipotecas sin valor, los ingenierios financieros crearon "assets", es decir, "activos" financieros, ficticios, pero comercializables, que les proveyeron de nuevas fuentes de dinero. Pero esta riqueza,existente a largo plazo solo en el papel, tenía que desaparecer un día, de la misma manera que los llamados esquemas Ponzi, las famosas pirámides, solo garantizan un buen ingreso temporal al primer negociante, con el dinero de los cretinos.[2]

Los banqueros también abusaron del dinero fácil proporcionado por los bancos centrales para comprar firmas al crédito, en lo que en la jerga técnica se conoce como "leverage buy out", "racionalizarlas" después, es decir, aprovechar la automatización de la producción y las economías de escala derivadas, y despedir empleados, incrementando así su valor bursátil, otra vez ficticio, y vendiéndolas con jugosas ganancias. Resultado? Millones en las cuentas bancarias de los operadores, en los llamados paraísos fiscales, a cambio de casi ningún esfuerzo.

Pero estos malabares financieros, en otras circunstancias considerados artificios criminales, no podían durar hasta el infinito. La burbuja ha explotado, en la cara de gobiernos y bancos y operadores bursátiles y fondos especulativos, que hasta hace pocos meses afirmaban que todo iba bien en el mundo financiero. Hoy, frente a la crisis, y como bien habían predicho los académicos mencionados arriba, los gobiernos de los países industrializados han comenzado a revertir la globalización neoliberal: A mediados de febrero, el gobierno de Londres nacionalizó el banco Northern Rock, asumiendo una pérdida de entre 100 y 250 mil millones de dolares, a pagar por sus ciudadanos. El gobierno de Alemania está tratando de salvar el banco IKB de la quiebra, así como varios otros bancos estatales, todos perdidos en los recovecos de las finanzas derivadas del mercado de hipotecas en los Estados Unidos. Sin la intervención del gobierno gringo, el banco Bear Stearns, vendido por un precio casi simbólico a su concurrente JP Morgan el 16 de marzo, habría quebrado oficialmente. Y los bancos centrales de Washington y Londres están tratando de convencer a sus homólogos en Europa y Asia de comprar los títulos de deuda basados en las hipotecas, y practicamente irrecuperables, que son la fuente de la crisis, como una medida suplementaria para salvar a los bancos privados.

Incluso banqueros privados, como Joseph Ackermann, presidente del Deutsche Bank, el más importante de Alemania, imploran al estado que intervenga para controlar la crisis, pues, como él dijo hace unos días, "las fuerzas autoreguladoras del mercado" han fallado.[3]

Paralelamente, los candidatos "demócratas" a la presidencia de los Estados Unidos, Hillary Clinton y Barak Obama, condenan el tratado de libre comercio con México y Canadá (TLCAN), y han prometido renegociarlo - el tratado parece haber producido solo perdedores, pues pedidos similares de su renegociación se alzan desde hace años en los tres países miembros. Y en algunas capitales del mundo industrializado, en Londres en particular, empieza a cocinarse un sistema de control de inversiones extranjeras, dirigido expresamente contra los llamados fondos soberanos de inversión, controlados por estados como India, Dubai, Arabia Saudita, Rusia, y China, o bien por grandes empresas originarias de estos países.[4]

Todas estas medidas anuncian el fin de la globalización neoliberal, y han llevado al antiguo ministro austríaco de finanzas, Ferdinand Lancina hace pocos días a decir que "el neoliberalismo ha muerto, y lo estará por mucho tiempo."[5]

Sin embargo, la muerte del neoliberalismo solo concierne aquellos aspectos que son nocivos para el mundo industrializado, para sus empresas, especialmente los bancos y los fondos de inversión, y para la protección de sus mercados. Las medidas que han afectado a los propios asalariados alemanes, franceses, gringos, o al tercer mundo, esas son, por ahora, intocables. Estas son en efecto, las que que deberían ser revertidas primero, dados sus decepcionantes resultados, no solo en lo que concierne la generación de riqueza, si no sobre todo a su distribución . El propósito de este artículo es revelar esos fallidos números del neoliberalismo.

Los renegados del neoliberalismo

Que el neoliberalismo es un proyecto político reprensible e indefendible, se demuestra facilmente preguntando en público a los sospechosos si ellos son neoliberales. Confrontados con la alternativa de una condena moral popular o de la deshonestidad consigo mismos, la mayoría de ellos prefiere mentir: "¿¿Neoliberales nosotros?? ¡¡Noooo, de ninguna manera!!," dicen entonces. Basten como pruebas las reacciones de egregios representantes de la oligarquía guatemalteca, o sus juggernautas, a un artículo de Marcela Gereda en elPeriódico hace unos meses, o la hipocresía del ex-presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari, quien, tras haber impuesto el neoliberalismo en su país durante su espurio gobierno entre 1988 y 1994, publicó en 1999 una nueva propuesta de política económica en le que renegaba de su propia obra.[6] Al mismo tiempo, los neoliberales de provincia que todavía defienden su doctrina, repiten frases hechas y facilmente rebatibles, del tipo: "El neoliberalismo se defiende básicamente por sus buenos resultados económicos," o "Es falso afirmar que 'el modelo neoliberal empobrece a los más y enriquece a los menos.'"[7]

Este fariseísmo de los neoliberales es tan generalizado, que ha llevado al economista mexicano Enrique Dussel Peters a afirmar que "hay muy pocos ... analistas o escuelas de economía que adhieran al neoliberalismo."[8] A Dussel Peters, por lo demás un excelente economista, habría que recordarle aquello de que "por sus obras los conoceréis." Pero dejemos a dios y sus profetas al margen, y ocupémosnos de la realidad del neoliberalismo, que ella explica el fariseísmo de sus beneficiarios, y desmiente, de paso, la afirmación de Thatcher citada en el acápite: Si bien la economía es el método, el verdadero objetivo del neoliberalismo no es "cambiar el alma", como pretendía la hija de la Gran Bretaña, sino el dinero, su concentración. La acumulación de capital, para decirlo con las palabras de los ortodoxos. El resto, la verborrea neoliberal sobre la libertad y la eficiencia del mercado no es nada más que eso, palabrería hipócrita, que necesita esconder sus prosaicos propósitos detrás de nobles ideales. O, como diría David Harvey, "un programa cuyo objetivo abiertamente declarado sería el de restaurar el poder económico de una élite, no ganaría soporte popular. Pero un ensayo programático para promover libertades individuales que disfrace la campaña de restauración del poder de clase sí puede atraer a las masas."[9]

Así es: Aunque al neoliberalismo hay que verlo desde dos perspectivas, nacional la una, internacional la segunda, en ambos casos se trata de un proyecto de lucha de clases en favor de la élite económica dominante, ya sea nacional como en el primer caso, o de los centros motores del capitalismo, en Europa, pero sobre todo en Estados Unidos, en el segundo.

Nacionalmente, el neoliberalismo tiene por objetivo reinstaurar, reforzar, o revertir la distribución de la riqueza en favor de la clase dominante, y en detrimento de las clases medias y bajas, y de cimentar ad aeternum su poder político. En los Estados Unidos, el neoliberalismo fue impuesto bajo el gobierno de Ronald Reagan como reacción al retroceso de la porción de la riqueza detentada por la élite económica de ese país, ocurrida a lo largo de los años 1970s, como consecuencia de la pérdida de valor de sus propiedades, tanto en activos financieros como en bienes de capital, derivada de la crisis económica que siguió al choque petrolero de 1974.

Redistribuir la riqueza, no crearla

Los economistas franceses Gérard Dumenil y Dominique Lévy han demostrado como el programa económico de Reagan fue uno de restauración del poder de clase - y como sus secuelas, de redistribución de la riqueza en beneficio de la ínfima élite gringa, y la creciente desigualdad social, son tan persistentes y parecen tan irreversibles, y que tienen que se consideradas consustanciales al proyecto neoliberal.[10] Para dar unas pocas cifras: Entre 1978 y 2000, el 0.1 por ciento de la población gringa de más alto ingreso triplicó su porción del PIB del dos por ciento en 1978 a más del seis por ciento en 1999 - es decir, menos de 300,000 personas se apropiaron ese último año de 586 millardos de dolares; la relación entre los salarios promedios de los dirigentes ejecutivos y los de los trabajadores pasó de 30 por uno en 1970, a más de 500 por uno en el año 2000. Mientras los ingresos del diez por ciento más pobre de la población gringa aumentaron en promedio apenas unos 45 dólares al año entre 1990 y 2005, pero los del 20 por ciento más rico aumentaron 1,920 dólares por año en el mismo período.[11] Esta reconcentración de la riqueza en beneficio de una minúscula y ya riquísima élite económica se refleja en el índice de Gini: Mientras en 1969, el indicador tenía un valor de 0.39, en 2005 el mismo alcanzaba 0.47, el valor más alto jamás reportado para los Estados Unidos.[12] Resultados similares han sido confirmados por los estudios de Wolff y de Baker.[13]

Y si estas cifras no son suficientemente ilustrativas, aquí otro dato, esta vez de un reciente reporte de UNICEF: El 22 por ciento de los niños gringos menores de 17 años vive en la pobreza - éste es, junto con el de México, el peor indicador de la pobreza infantil de todos los estados miembros de la Organización para el Desarrollo Económico y la Cooperación (OCDE), que incluye a países que, cuando Reagan establecía los fundamentos de su imperio de la injusticia, recién salían del oscurantismo cuasi medieval de sus respectivas dictaduras católicas, como España y Portugal.[14] Ante estas cifras, oficiales todas ellas, la afirmación de los defensores del neoliberalismo, que el estado no debe intervenir para redistribuir la riqueza en favor de los desposeídos, pues ésta goteará (trickle down) naturalmente hacia las clases pobres, se revela como lo que es, una simple y burda mentira. Que el neoliberalismo no solo produce injusticia y pobreza, si no también represión, se ilustra con el hecho de que que los EE UU tienen la población encarcelada más numerosa entre los países industrializados - de cada 100,000 gringos, unas mil personas están en prisión, es decir, más del 1.5 por ciento de la población economicamente activa.[15]

Casi 30 años despúes del putsch neoliberal de Reagan, con los sindicatos practicamente destruídos, y con las políticas social y económica de los dos partidos políticos dominantes diferenciadas solo en matices, el programa neoliberal con todas sus secuelas sociales parecía solidamente anclado en el subsuelo institucional del país - hasta que la burbuja financiera explotó.[16]

Algo similar ocurre en Europa, donde el neoliberalismo fue introducido por Margaret Thatcher en 1979 en Inglaterra, país en el que conviven hoy los niveles más desmesurados de riqueza y los más miserables de pobreza, en todo caso para un país industrializado. Un reciente estudio del Instituto de Estudios Fiscales de Londres determinó que un poco más de 46,000 personas - el 0.1 por ciento de la población - tienen un ingreso de más de 350,000 libras - unos 686,000 dólares -, lo que corresponde a 31 veces el ingreso promedio anual per cápita de Inglaterra. Practicamente todas estas personas viven en Londres, y son mayoritariamente abogados, o economistas (o futbolistas, pero esa es otra historia), y trabajan en los bancos y fondos de inversión y especulación de la City.[17] En su estudio, Brewer et al. muestran cómo el índice de Gini inglés saltó en 1979, en el primer año del gobierno de Thatcher, de 0.25, indicando una alta equidad en la distribución del ingreso, a alrededor de 0.35 en 2005. Los autores dicen literalmente, que "este salto en la desigualdad de la distribución de la riqueza es incomparable (unparalleled) tanto historicamente, como en el contexto de los cambios ocurridos al mismo tiempo en otros países industrializados."[18] Este incremento en la desigualdad en Inglaterra se aceleró entre 2003 y 2006, precisamente durante el gobierno laborista, supuestamente de izquierda, de Anthony Blair, con altos incrementos en los ingresos del 10 por ciento de la población más rico.[19] ¿Como canta Leonard Cohen? "Everybody knows the fight was fixed: the poor stay poor, the rich get richer. That's how it goes. Everybody knows."

En Alemania, donde el programa neoliberal fue impuesto paulatinamente al final de los 1980s, pero sobre todo en los 1990s, tras la caída del muro de Berlín y la unificación, los salarios reales (es decir, los salarios nominales descontando la inflación) de los trabajadores son hoy más bajos que en 1986. En alemán es cotidiano hoy hablar de los "working poor", así, en inglés, para describir a éstos asalariados quienes, a pesar de su trabajo, no salen del atolladero de la pobreza. Mientras, el número de los billonarios permanece inmóvil - como dirían los chapines, "ellos ya están completos" - y son los herederos o propietarios de las grandes industrias, desde la de automóbiles BMW y la editorial Bertelsmann, hasta la de prensa, Springer, o de cadenas de supermercados, como Aldi y Lidl, tristemente famosos por sus despiadadas políticas contra sus empleados.

Estas tendencias han sido confirmadas por un estudio publicado en marzo, del Instituto de Investigación Macroeconómica, de Berlin. De acuerdo con el estudio, la clase media alemana se redujo en nueve por ciento entre 1986, año simbólico del principio de la aplicación del neoliberalismo, y 2006.[20] En total, la clase media alemana perdió unos seis millones de personas - asalariados quienes, a pesar de disponer de un trabajo, descendieron en la escala social, o bien desempleados, juntos los grandes perdedores de la reconversión alemana al neoliberalismo.

No muy diferente es la desigualdad en Francia, donde, practicamente desde 1983, desde que el gobierno "socialista" de François Mitterrand se inclinara ante la política monetarista del banco central alemán, y aplicara la famosa "politique de rigueur" de corte neoliberal, París se ha convertido en la "capital del malthusianismo", como lo afirmaba Le Monde hace pocas semanas, a principios de febrero.[21]

Los fatídicos números del neoliberalismo son particularmente comprobables en Nueva Zelanda, país que fuera, hasta 1984, modelo de una socialdemocracia ilustrada, socialmente igualitaria, ecológica y feminista. Pero, desde entonces, desde que el neoliberalismo fuera introducido de manera sistemática y orgánica por el entonces ministro de finanzas Roger Douglas (¡un socialdemócrata!), y bajo los aplausos de instituciones tales como la OCDE, el Banco Mundial, y el Fondo Monetario Internacional (FMI), los niveles de vida de Nueva Zelanda han ido retrocediendo paulatinamente, hasta donde se encuentran hoy - con tasas de injusticia tan elevadas, que incluso la OCDE las lamenta, y que afectan sobre todo a madres solteras, a la niñez y a la juventud, y a los maoris. Esta involución la confirma la del índice de Gini, que saltó de 0.31 en 1970 a 0.40 en los 1990s, para deteriorarse aún más en los primeros años del nuevo siglo.

Tanto, que en su más reciente reporte país, la OCDE, organización estándarte del neoliberalismo, admite lo que muchos dicen desde hace años: Que a pesar del modesto crecimiento económico los niveles de vida promedio en Nueva Zelanda han descendido paulatinamente, y que probablemente lo continuarán haciendo en el porvenir. Y eso, a pesar de que ese crecimiento económico es superior al crecimiento de la población, lo que sugeriría un crecimiento del PIB per cápita. Esta aparente paradoja demuestra que el objetivo del neoliberalismo no es el de fomentar la riqueza, sino redistribuirla, a beneficio de las minorías ya ricas. Lo único que la OCDE se niega a admitir es que el neoliberalismo sea responsable del desastre - al contrario, como receta contra el mal, la OCDE actua como el matasanos que está matando a su paciente con la medicina erronea, y propone ... más neoliberalismo. Si los neozelandeces se dejan convencer, es otra historia: En todo caso, muchos de entre ellos llaman a la política social y económica inspirada en el neoliberalismo ruthanasia - un juego de palabras entre Ruth (Richardson), el nombre de la primera ministra que confirmó el neoliberalismo en los 1990s, y eutanasia, que, esperemos, no necesita explicación.[22]

Fenómenos semejantes ocurren en numerosos países de la OCDE. En España, que registra desde hace 10 años un fuerte crecimiento económico, y cuyo PIB aumenta más rápido que la media europea, y la creación de empleo prosigue a buen ritmo y la renta per cápita se acerca también a la media de la Unión Europea, no se ha reducido sin embargo el porcentaje de población que vive por debajo del umbral de pobreza relativa.[23] "Mientras los beneficios empresariales suben, el poder adquisitivo del salario medio ha bajado un 4% entre 1995 y 2005: España es el único país de la OCDE en el que se ha producido ese retroceso, en términos reales," escribió Andrea Rizzi, en el diario El País, hace poco más de seis meses. Y, oh sorpresa, la CEOE (la Confederación española de organizaciones empresariales, el CACIF de Madrid) encuentra esta situación digna de ejemplo. Juan Iranzo, economista director del Instituto de Estudios Económicos, asociado a la CEOE, cree que España no tiene que intentar converger con Europa en cuestiones de distribución del ingreso. "Es más bien Europa la que tiene que converger con España", dice Iranzo.[24]

En su estudio sobre la desigualdad en la distribución del ingreso en algunos paises de la OCDE, John Weeks confirma lo que los combatientes contra el neoliberalismo siempre supieron: Que la desigualdad es producto de las políticas impuestas por los gobiernos.[25] "Primero, no debe ser motivo de polémica constatar que los cuatro países tendiendo a una mayor desigualdad (los EE UU, Inglaterra, Australia, y Nueva Zelanda) son aquellos que aplicaron programas socioeoconómicos de corte neoliberal. Segundo, y sin excepción, la creciente desigualdad se manifestó más marcadamente en estos cuatro paises durante los años en los que estas políticas fueron aplicadas de manera más vigorosa, en los 1980s y en los 1990s. En estos cuatro países, la desigualdad promedio durante los 1980s y 1990s fue mayor que antes que la liberalización de los mercados fuese impuesta, en los 1960s y 1970s," concluye Weeks.[26]

Incremento de la desigualdad en América Latina

En América Latina, según una lectura instintiva, tanto de neoliberales como de "izquierdistas", el caso más conspicuo de la imposición del neoliberalismo como un modelo clasista de dominación, es Chile, con la dictadura de Pinochet, cuyo corrupto carácter ha sido confirmado recientemente, sin hablar de su sangrienta contabilidad de muertos y desaparecidos.[27] Le sigue México, país en el cual la crisis de la deuda en 1982 abrió las puertas al neoliberalismo quimicamente puro, impuesto en 1989 por Salinas de Gortari, y confirmado a traves del tratado de libre comercio (TLCAN) en 1994. En ambos casos, sobre todo en el mexicano, los resultados son deplorables: En el caso de Chile, baste decir que, según cifras del ministerio de planificación y cooperación, el 10 por ciento de la población chilena con el ingreso más alto, se apropia del 42 por ciento del ingreso nacional anual, tanto cómo el 80 por ciento con el ingreso más bajo. Esta injusta distribución permanece sin cambios desde los años 1980s, y se refleja en el índice de Gini, que se mantiene constante desde hace 20 años, alrededor de 0.54, uno de los más altos del mundo.[28]

En el caso mexicano, el índice de Gini ha sufrido una regresión desde el implantamiento del neoliberalismo en 1988 - después de haber descendido a partir de 1960 hasta 1982, indicando una distribución paulatinamente más equitable del ingreso, el índice ha vuelto a subir desde entonces, hasta alcanzar el 0.54 en 2007, reflejando la reconcentración de la riqueza en pocas familias, y personificada por Carlos Slim, el hombre más rico del mundo. Seguramente no es necesario decir que Slim es beneficiario personal de la privatización de las empresas estatales mexicanas, decidida por el gobierno de su amigo y socio Carlos Salinas de Gortari, quien hoy, como buen renegado del neoliberalismo, clama no ser uno.

Esta injusta distribución del ingreso en Chile y México documentada por la involución de los respectivos índices de Gini, es excepcional, incluso en América Latina, un continente marcado por la desigualdad. Como lo demuestran los análisis al respecto de Samuel A. Morley, ambos países forman parte del pelotón de punta de la injusticia social en el continente.[29]

Sí, diran algunos de los renegados del neoliberalismo, pero el crecimiento económico en ambos casos es excepcional. El caso chileno seguramente permite argumentos de este tipo, pero no como los neoliberales, y algunos insensatos comentarios de "izquierda" lo quieren creer. Puesto que la discusión exhaustiva del modelo económico chileno necesitaría mucho espacio, me limito aquí a comparar la evolución del PIB real per cápita en Chile y en Corea del Sur entre 1973 y 2004: En 1973, mientras cada chileno dispuso en promedio de 2,078 dólares, cada coreano del sur solo dispuso de 1,004 dolares. En 2004, 31 años después del golpe de la C.I.A. que impuso a Pinochet, el PIB real per capita en Chile había aumentado a 15,161 dólares, contra 19,354 dólares en Corea de Sur. Es decir, mientras el modelo chileno multiplicó el PIB per cápita por 7.3, el modelo surcoreano lo multiplicó por 19.[30] Para no hablar de los fundamentos de ambos modelos - uno, el surcoreano, sustentado en una política industrial y de comercio exterior concebida y coordinada por un estado desarrollista, y que ignoró los dictados del Banco Mundial y del FMI; el otro, el chileno, aún hoy basado en la exportación de cobre, uvas, madera, y salmón - todas materias primas, con escaso nivel de elaboración industrial.[31] Ojalá no sea necesario repetir que este último modelo es, a la larga, insostenible, como lo demuestra la reciente infección masiva de salmón chileno. [32]

Además, aquellos que elogian el relativo éxito económico chileno como muestra de que el neoliberalismo funciona, olvidan o ignoran que Chile ha mantenido controles sobre los flujos de capital hacia y desde el país, que la explotación del cobre sigue estando en manos del estado chileno, y que la industria pesquera, sobre todo del salmón, también fue durante años manejada por el estado, a través de la Fundación Chile, hasta su venta a principios de los 1990s a una compañía japonesa. De la misma manera, el estado chileno es responsable del crecimiento de las exportaciones de fruta y de vino, gracias a importantes inversiones en investigación y desarrollo, así como en la creación de clusters industriales alrededor de la madera, como la industria de papel, de muebles, y similares.[33] Como bien dice Rodrik, "la diversificación productiva de la economía chilena puede dificilmente ser atribuída al funcionamiento de mercados libres."[34] Aunque la conclusión del economista de Harvard tampoco es extraordinariamente sofisticada, ésta se le escapa a nuestros neoliberales de provincia, y a comentaristas mal informados, cuyos "análisis" se basan más en sus propios mitos que en una confrontación racional con la realidad.

El caso mexicano es mucho más claro: Aparte de que los gobiernos mexicanos desde 1988 han ejecutado las recetas del neoliberalismo - el tristemente famoso consenso de Washington - al pie de la letra, las tasas anuales de crecimiento entre 1988 y 2007 - es decir, durante el período de aplicación del neoliberalismo - yacen muy por debajo de los valores nacionales históricos alcanzados antes de la crisis de la deuda. Según cifras de la CEPAl y del FMI, entre 1950 y 1980, la economía mexicana creció a un ritmo anual promedio de 3.39 por ciento, para caer a 1.3 por ciento entre entre 1990 y 1999. Especialmente entre 1995 y 1999, el crecimiento mexicano fue particularmente bajo, de solo 0.89 por ciento. Las tasas de crecimiento mexicanas desde los mediados de los 1980s están también por debajo de las alcanzados por otros países en procesos de industrialización similares, pero guíados por estados desarrollistas, como Malaysia, China, y Corea del Sur.[35]

Además, tras casi 20 años de experimento neoliberal, México no ha sido capaz de constituir clústers industriales, que encadenen la transformación de materias primas nacionales en insumos semiindustriales hasta productos terminados. Al contrario, el proceso de industrialización orientado hacia la exportación, promovido por el neoliberalismo, es un oximoron, como lo muestra el constante deficit comercial mexicano: México importa insumos industriales semielaborados para la maquiladora y para sus industrias más avanzadas por valores considerablemente mayores que el total de sus exportaciones industriales, reduciendo este proceso de "industrialización orientado hacia la exportación" al absurdo.[36]

Por si esto fuera poco, y gracias al TLCAN, México está en trance de dejar de ser un país agrícola: Sus hombres y mujeres de maiz se alimentan hoy mayoritariamente de tortillas hechas de grano importado - de los EE UU, por supuesto. Aunque la tecnocracia neoliberal de Salinas de Gortari había prometido que su programa provocaría un aumento de las inversiones de capital en la agricultura y de su eficiencia, y lanzaría un proceso sostenido de modernización y desarrollo de la producción de alimentos y materias primas agropecuarios, la realidad es completamente opuesta: En valores per cápita, la producción agrícola en 1995 era 16.5 por ciento menor que en 1981; la producción forestal 30.6 por ciento menor, y la producción pecuaria cayó en un 20.8 por ciento en el mismo período. Considerando los valores agregados, el PIB mexicano agropecuario per cápita cayó en 19.6 por ciento entre 1981 a 1995. Y en kilogramos per cápita, la producción de los ocho principales granos era en 1996 menor en 32.4 por ciento que en 1981; la producción de carnes rojas disminuyó en 35 por ciento en el mismo período, y la de leche en 21.2 por ciento.[37] Este desastre se ha agravado desde 1996: Como lo resumía el diario mexicano La Jornada en marzo de 2005: "Mientras (en México) los subsidios se han eliminado en la práctica, las importaciones de maíz proveniente de Estados Unidos se multiplicaron por 15 desde la entrada en vigor del TLCAN. En ese periodo, el valor de la compra de alimentos de aquella nación creció a una tasa superior a 100 por ciento. A la avasalladora competencia estadunidense se ha sumado una ''política más liberal'' del gobierno mexicano que, en el caso del maíz, ha liberalizado el mercado más allá de lo requerido por el propio acuerdo."[38] ... Para no hablar de la amenaza de hambruna que sacude al area rural mexicana en estos días. Todo ésto, para mayor gloria del capitalismo estadounidense - QED.

Reformistas arrepentidos - a medias

Estos irrefutables números de la bancarota del neoliberalismo han llevado hoy a algunos defensores del "reformismo" bancomundialista y fondomonetarista a olvidar su entusiasmo de hace unos años, y a imponerse a si mismos modestia y circunspección. Es el caso de Sebastián Edwards, por ejemplo, ex-economista jefe del Banco Mundial. Hace 10 años, Edwards decía: "A mediados de 1993, los analistas y medios económicos internacionales recibían las reformas hacia una política de mercado como un éxito y proclamaban que varios países latinoamericanos iban camino de convertirse en una nueva generación de 'tigres'. Los inversores extranjeros se aproximaron rápidamente a la región y los consultores y estudiosos se apresuraron a analizar las experiencias de Chile, México y Argentina con el fin de aprender de primera mano cómo unos países que, sólo unos años antes, habían parecido no tener esperanza, se habían vuelto tan atractivos para el dinero internacional."[39]

En abril de 2007, Edwards admitió que si hay algo que aprender de Chile, Mexico, y Argentina, es lo que no se debe hacer. Su entusiasmo de 1997 cedió paso a un pesimismo más acorde a la triste realidad del neoliberalismo: Además de admitir que las crisis monetarias de los últimos 20 años costaron 16 por ciento del producto interno bruto de América Latina (precisamente durante el período de aplicación de las recetas neoliberales), su conclusión principal es que es improbable que la economía de América Latina crezca en el largo plazo. "Aunque es posible que algunos países latinoamericanos progresen en comparación con las naciones industrializadas, ésta no será la norma; la mayoría de países de América Latina van a perder terreno con respecto de los países asiáticos y otras naciones emergentes."[40] Nada de "nuevos tigres", pues; en el mejor caso, gatitos mancitos y hambrientos: Sólo para absorver la gran masa de jovenes que ingresan cada año al mercado de trabajo, países como México requieren de un crecimiento económico de más del cinco por ciento - una quimera, pues, siendo el país tan dependiente de los EE UU, lo más probable es que México también se deslize en la recesión, a la cola del amo gringo.Así, el destino inmediato de la gran mayoría de los mexicanos, y como ellos, de latinoamericanos, es mayor pobreza. Esta, y no otra, es la verdad del neoliberalismo.

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