7/16/2008

INTOLERANCIA CLERICAL Y HOMOFOBIA



Iglesia Católica y homosexualidad.



Entrevista al Pbro. Raúl Lugo Rodríguez

Lorena Aguilar Aguilar

1.Sabemos que en el año 2006 publicó un libro denominado Iglesia Católica y Homosexualidad ¿Cómo surge la idea de sacarlo a la luz?

El libro es el fruto de cuatro años de acompañamiento a un buen número de personas homosexuales, en su mayoría varones, a quienes que tuve el privilegio de acompañar a través de un camino de reflexión cristiana a veces doloroso, pero siempre cargado de esperanza. Primero fueron materiales de trabajo para retiros, reflexiones que me iban surgiendo e iba anotando en el camino, hasta que se convirtieron en un documento que circuló por la red electrónica. Es ahí donde fue descubierto por el teólogo claretiano Benjamín Forcano que me propuso publicarlo en la editorial que él dirige. De manera que es un libro surgido de la práctica pastoral.

2.¿Cuál es la propuesta principal de este libro?

Se trata de una revisión, desde mi experiencia pastoral de acompañamiento a personas homosexuales, de la posición de la iglesia católica al respecto. Se me ha reprochado que el título del libro sea engañoso: en efecto, el nombre “Iglesia católica y homosexualidad” puede ser interpretado como si el libro se limitara a exponer la posición oficial de la iglesia y a combatir las opiniones discordantes. Pero la expresión no es unívoca: “Iglesia católica y homosexualidad” en este caso, hace referencia a un análisis, desde dentro de la iglesia católica y dirigido a sus miembros, que trata de señalar nuevos caminos en la pastoral de atención a las personas homosexuales y, aún más, cuestiona algunas posiciones oficiales de la jerarquía católica (de la que el autor forma parte, por lo que podría considerarse como autocrítica) para proponer la superación de muchos de los prejuicios en que se basa su postura.

3.¿Cómo fue la reacción inicial de la jerarquía católica en Yucatán por la publicación del libro? Sabemos que se inició un proceso canónico o “Juicio de Doctrina” en su contra. ¿Qué nos podría contar al respecto?


Sería ocioso negar el carácter polémico del libro. Hay una serie de riesgos calculados en cada uno de sus capítulos y era de esperarse una reacción de la jerarquía eclesiástica. Pero hay cierta inexactitud en la afirmación que circula sosteniendo que estoy enfrentando un juicio eclesiástico. En la iglesia católica existe una normatividad muy precisa para el examen de doctrinas, que así se conoce al proceso judicial para investigar y sancionar, si éste fuera el caso, a quienes propaguen doctrinas que se aparten de la fe de la iglesia.

Yo he tenido solamente un diálogo con la autoridad eclesiástica de mi diócesis en la que me han manifestado su desacuerdo con el contenido del libro, pero no he recibido notificación oficial ninguna de que haya un juicio en camino. Sé que el libro ha sido presentado ante instancias del Vaticano y he escuchado rumores de que la Conferencia Episcopal Mexicana lo está examinando, pero nada más. Según las normas oficiales, un juicio no puede comenzar sin que el autor juzgado haya sido notificado, y yo no he recibido ninguna notificación en ese sentido. De suerte que mi situación es la de cualquier ministro ordenado en regla: predico, celebro los sacramentos, es decir, no tengo ninguna restricción en el desempeño de mi ministerio.

Yo trabajo con otros sacerdotes, amigos muy cercanos, con los que discuto estos temas y encontramos muchas coincidencias. Además, hay un buen grupo de laicos y, sobre todo de laicas, que están ya discutiendo asuntos que la iglesia oficial se niega a poner en la mesa de discusión: la opcionalidad del celibato en los ministros ordenados, la equidad de género y la ordenación de mujeres, los cambios necesarios en la moral sexual de la iglesia, etc. Así que no me considero un bicho raro, sino más bien parte de un movimiento mucho más amplio que abarca a grandes sectores de la iglesia de base y, para mi regocijo, hasta al Cardenal Carlo María Martini, que en días pasados se refirió a estos temas en su más reciente libro.

4.¿Qué opinión le merecen los textos bíblicos del antiguo testamento que tradicionalmente se han considerados como condenatorios a la homosexualidad?


Creo que uno de los desafíos que la cuestión homosexual le plantea a la iglesia es, precisamente, el fundamentalismo bíblico. Con cierta frecuencia se citan textos bíblicos que aparecen en el Primer o Antiguo Testamento y en algunos escritos paulinos para condenar la homosexualidad. Resulta que en el campo de la sexualidad, hasta los teólogos más liberales y de izquierdas suelen ser un tanto fundamentalistas. Pues bien, enfrentar la cuestión de la homosexualidad en la Biblia nos desafía a revisar la lectura que hacemos de ella. Quizá nadie lo plantee de manera más simple y profunda que mi amigo Jairo del Agua (de sonoro nombre, este sacerdote español es mi amigo, aunque él no lo sepa, ni sepa tampoco que los escritos suyos que me encuentro en un portal de intercambio de ideas religiosas han sido inspiración y bendición en mi vida ministerial), cuando combatiendo el fundamentalismo dice: “Es muy importante caer en la cuenta de que toda la Escritura no es Palabra. Más bien la Palabra discurre entre la Escritura, la riega como un río de agua sanadora, fecunda, orientadora, que recorre una concreta historia humana (la de los judíos y primeros cristianos), durante un concreto tiempo[i]. No podemos confundir el río con sus orillas agrestes, ni con sus monstruos, ni con la vegetación invasora. Hay que distinguir claramente entre el río y la historia que riega. En muchas ocasiones esa historia está habitada por hombres perversos, rudos, ignorantes, que tan pronto reniegan de Dios como le creen inspirador de sus propios crímenes. Algunos pasajes -totalmente secundarios que no explicitan el mensaje central del Primer Testamento- son pura bazofia y su lectura no es recomendable. Esa es la razón por la que la Biblia fue un libro prohibido o no divulgado durante muchos años. Conviene decirlo porque parece, que ahora, todo está bendecido por el hecho de estar en el Libro. Tampoco podemos pensar que la mano que escribe es sabia, incontaminada, guiada al dictado. Todo lo contrario. Está limitada por su personalidad, por su ambiente humano y material, por su nivel cultural, etc. Es decir, la Escritura no sólo está contaminada por la precariedad o bajura de la historia humana que describe, sino también por los subjetivismos y condicionamientos de quien la escribe. Esto ocurre de forma relevante en el PT (primer o antiguo testamento) porque el primitivismo era mayor y menor la evolución humana. Pero también puede afirmarse del NT. Es más, esto ocurre y ocurrirá siempre, porque los humanos somos limitados e incapaces de agotar la Palabra. Sólo podemos recoger algunos de sus destellos para iluminar nuestra humana oscuridad”[ii].

Si la reflexión sobre la diversidad sexual nos lleva de la mano a una lectura de los textos bíblicos alejada del fundamentalismo y nos hace preguntarnos sobre los fundamentos hermenéuticos de nuestra lectura, habremos respondido a este desafío. Así que yo creo que los textos a los que hace usted referencia en su pregunta, deben ser leídos, en buena lectura católica de la Escritura, enmarcándolos en su contexto cultural. Hay muchos estudiosos de la Biblia que se han dado a esta tarea y nos muestran las razones de tales prohibiciones. Yo, de una manera no tan exhaustiva, pero creo que suficiente para un lector medio, dedico dos capítulos del libro a tratar estos temas de hermenéutica bíblica.

5.También se ha manejado que Jesús condena la homosexualidad. ¿Se podría hacer una lectura diferente a lo que tradicionalmente plantea la Iglesia y porque?

Un capítulo de mi libro lleva por título, precisamente, “Jesús nunca condenó la homosexualidad”. No hay un solo pasaje en los evangelios que pueda interpretarse en ese sentido sin falsear gravemente el texto y su contexto. Por otro lado, la constancia con que los evangelios canónicos hacen referencia al hecho de que Jesús nunca rechazó a nadie, que se acercó a las personas que eran despreciadas y marginadas en su tiempo, que tenía una intención clara de reintegrar a quienes eran marginados o excluidos de sus comunidades, que lo caracterizan como una persona esencialmente misericordiosa, pero que luchaba a brazo partido contra quienes utilizaban la religión para marginar y excluir y que, precisamente por eso, recibió amenazas y fue finalmente ajusticiado, todo ello indica que el Jesús que nos transmiten los evangelios no condenó nunca la homosexualidad ni a las personas homosexuales, aunque esta afirmación pueda parecer un anacronismo, pues el concepto de “persona homosexual” es bastante reciente.

Desde luego que esto no quiere decir que el campo de la sexualidad sea un campo ajeno al seguimiento de Jesús. La dignidad de la persona, el respeto a las diversidades, la justicia y la equidad en las relaciones interpersonales, son todos valores que entran en juego en el ejercicio de la sexualidad. Cuando la iglesia recomienda relaciones humanas y no cosificantes, respetuosas y no impositivas, fieles y no mentirosas, no hace otra cosa que arrojar una luz de evangelio sobre esta realidad que es tan decisiva para la felicidad de la persona. Reconocer la homosexualidad como una señal de diversidad que no tiene por qué merecer un calificativo moral negativo, no implica que las personas homosexuales no tengan que ajustarse a los estándares morales cristianos en sus relaciones interpersonales. Todos, homosexuales y heterosexuales, están llamados a la santidad, y cada uno la alcanzará de acuerdo con su naturaleza, pero todos regidos por los valores del evangelio.

La petición de perdón con la que concluyo el libro quiere ser una manifestación de cercanía comprensiva a los sufrimientos de muchas personas homosexuales que se sienten excluidos/as de la iglesia. Pero todos tendríamos que hacer un ejercicio de este tipo si queremos combatir los prejuicios que a veces conservamos en nuestras cabezas y nuestros corazones.

Yo creo, finalmente, que ayudaría mucho no perder de vista, y cito ahora un texto de mi libro: “La invitación a seguir a Jesús solamente encuentra un obstáculo: la pretensión de vivir para sí mismos y no para los demás (Lc 9,57-62). Una vida que se encierra en sí misma es una vida que no puede pretenderse cristiana. La alteridad es el elemento fundamental del cristiano y el criterio por el que será juzgada su fidelidad a Jesús (Mt 25,31ss). No es la orientación sexual el criterio por el que se juzgará a la persona, según el Maestro de Nazaret, sino su capacidad de ponerse al servicio de la felicidad de los demás, especialmente de los más necesitados”. Tener en cuenta esto nos ayudaría a leer los textos más fielmente.

6.La propuesta de sicoterapeuta Richard Cohen acerca de que la homosexualidad es una “enfermedad” y que existe un tratamiento para “curarla” ha tomado cierta aceptación entre algunos sectores sociales. ¿Qué tan peligroso podría resultar para un individuo este estigma de la “enfermedad”?


Creo que hay dos realidades en confrontación. Por un lado, a pesar de que la discriminación a las personas homosexuales sigue estando presente en muchos países, el panorama actual marca una tendencia irreversible a su aceptación y al reconocimiento legal de la diversidad sexual como un hecho irrefutable. La cantidad de países que continúan considerando las relaciones entre personas del mismo sexo como delito a perseguir son cada vez menos. Se han establecido mecanismos, en la Unión Europea, por ejemplo, para que ningún país miembro tolere discriminación alguna por motivos de orientación sexual. Todo esto no es solamente un dato anecdótico, sino la muestra globalizada de lo que yo llamo una “mutación de conciencia”. Se va llegando cada vez con más claridad a la concepción de que la democracia, para serlo cabalmente, tiene que ser ajena a la exclusión, a la marginación y a la desigualdad, asegurando el pleno ejercicio de los derechos y de las libertades de las personas. Este cambio que se está dando en la conciencia de los individuos y las colectividades. Se va abriendo paso una nueva concepción, que muchos llaman “cambio antropológico”, en el que las personas homosexuales comienzan a ser vistas, consideradas y tratadas, como personas diferentes, pero sin que esa diferencia marque una desigualdad en la dignidad y los derechos.

Esta toma de conciencia está muy lejos de ser una moda temporal o la señal del deterioro de las condiciones morales del mundo. Se trata de un colectivo “caer en la cuenta” de que estamos frente a una realidad antropológica que sencillamente es así. Se trata de un auténtico descubrimiento humano, aunque pueda parecer banal. Nos estamos dando cuenta sencillamente de que hay gente que es así, lo cual no convierte a estas personas en algo especial ni las hace ni más ni menos capaces para realizar cualquier cosa. Para decirlo con las palabras de Alison, mi teólogo católico de cabecera en estos ámbitos de reflexión: “Sencillamente es así, como la lluvia y las mareas y la existencia de personas zurdas.”[iii].

No sé cada cuánto tiempo la humanidad vaya llegando a estos consensos antropológicos que rompen una manera determinada de ver la vida. No sé tampoco qué elementos explican esta mutación de conciencia. Es una tarea que rebasa mi competencia profesional. Hará falta reconstruir esta historia, así como se va reconstruyendo poco a poco la historia de la aceptación de la igualdad racial o de la igualdad de género. Pero el hecho es que tales consensos, y se confirma con lo que ha ocurrido con las otras dos mutaciones que he mencionado, es vuelven irreversibles. Así que seguir considerando la homosexualidad como una enfermedad solamente revela la incapacidad de superar un prejuicio ampliamente demostrado. Quizá por eso las más prestigiadas instituciones psicológicas y psiquiátricas en el mundo han desaconsejado tal tipo de terapias, señalando los daños que pueden causar. Desde mi punto de vista, tales terapias no son más que patrañas envueltas en lenguaje pseudo científico.

7.¿Cuáles consideras que son los principales “lastres” para el desarrollo de la Iglesia Católica respecto al tema de la sexualidad?


Se ve que has leído ya el libro… Hay en él un capítulo titulado, precisamente, “Las lacras que la iglesia arrastra en su consideración de la sexualidad”.

Lo primero que resalta es que, para la iglesia, todo lo que tiene que ver con sexo pareciera ser malo, sucio. La sexualidad se concibe como una tentación permanente y tiene como fin echar a perder las cosas buenas. El sexo se concibe como un mal que origina otros males y, por tanto, la vida sin el ejercicio de la sexualidad sería mucho mejor. Es cierto que esto no aparece así en los documentos oficiales, pero sí se deja ver en la práctica pastoral cotidiana. Está también la idea de que el sexo tiene como única finalidad la procreación y que cualquier uso del sexo fuera de tener hijos no es bueno y la culpabilización del placer. Finalmente, considero también un lastre la mentalidad que juzga la bondad o maldad de una persona solamente en referencia al ejercicio de su sexualidad.

8.¿Cuáles considera que son los puntos en que la Iglesia necesita revolucionar en el ámbito sexual?

Yo considero en el libro seis puntos concretos que no son demasiado largos para reproducirlos en una entrevista:

-El sexo es bueno. Fue puesto por Dios como oportunidad de realización personal y de maduración en comunidad. Es una fuerza constructiva, que equilibra, que permite alcanzar la felicidad. La sexualidad no se identifica con la genitalidad, es mucho más que eso, es una fuerza integradora de la personalidad, que permite una sana apertura al ‘otro/a’. La sexualidad es, también, un camino al misterio del Dios amor.

-La unión genital entre un hombre y una mujer tiene dos finalidades, no solamente una: se trata de crecer en el amor y de fundar una familia. Ninguno de estos fines es más importante que el otro. En el caso de las relaciones que tengan en sí mismas la imposibilidad de la procreación (relaciones entre personas estériles, relaciones homosexuales) la atención debe centrarse en el cumplimiento de la otra finalidad.

-El placer es parte importante del ejercicio de la sexualidad y, en general, de una vida sana y fecunda. No somos estoicos: somos cristianos. No amamos el dolor, aspiramos a construir una sociedad feliz en la justicia y la fraternidad.

-La vida humana es mucho más que ejercicio de sexualidad. Han de preocuparnos tanto los valores de la justicia y la igualdad, como la pureza y la castidad. La normatividad eclesiástica sobre la vida sexual no ha de tener como finalidad la represión de la libido, o la supresión de la libertad de decisión y de elección de cada persona, sino garantizar que el ejercicio de la sexualidad se mantenga en la dimensión humanizante y humanizadora.

-La combinación de libertad y responsabilidad es la clave para una vida sexual cristiana. Es un espacio que no queda al margen de nuestro seguimiento de Jesús. Esto no quiere decir, sin embargo, que la iglesia institucional tome las decisiones en la cama que solamente a las personas implicadas les corresponde asumir.

-Por último, una advertencia que no es ociosa. El sexo es muy importante para tratarlo a la ligera. Ya lo dice el dicho: ‘puede más un par de tetas, que un par de carretas’. En el ejercicio de la sexualidad es nuestra vida la que va en juego. Las decisiones en materia de sexualidad tienen el poder de transformar la vida en un cielo o en un infierno. Por eso hay que evitar a toda costa la banalización de la sexualidad. Una vida auténticamente humana y cristiana ha de integrar el ejercicio de la sexualidad en un arco amplio que supere la simple animalidad o la búsqueda desenfrenada del placer.

9.¿Qué enseñanzas te ha dejado esta cercanía con la comunidad gay?


Siempre he tenido amigos y amigas que son homosexuales, aunque no me había planteado esto como un desafío para mi reflexión cristiana y pastoral. El acercamiento a esta problemática se dio como resultado de mi involucramiento en la lucha contra la pandemia del SIDA. Conocí el Oasis de San Juan de Dios, una organización que ofrece hospedaje y comida a personas seropositivas que son rechazadas en sus hogares y que carecen de seguridad social, y desde entonces atiendo espiritualmente a los enfermos del albergue motu proprio, es decir, sin haber sido designado para ello por ninguna autoridad eclesiástica. Voy cada martes a visitar a los huéspedes del albergue y una vez al mes celebro la Misa en sus instalaciones. Este encuentro con el Oasis ha sido una bendición en mi vida personal y sacerdotal.

En el equipo de derechos humanos Indignación A.C. al que pertenezco desde hace más de quince años, abrimos en ese entonces un área de trabajo al que llamamos “atención a grupos vulnerables”. Eso me permitió trabajar de manera más sistemática con personas afectadas por el VIH/SIDA y que habían sufrido problemas de discriminación. Comenzamos a luchar porque hubiera una modificación en las leyes de nuestro Estado y la discriminación comience a ser reconocida y castigada como delito y porque se vean respetados los derechos humanos de las personas infectadas. En la revista mensual que publica el equipo y que se llama “El Varejón”, procuramos que siempre haya un espacio para la información sobre VIH/SIDA (www.indignacion.org)

El trabajo de combate contra el VIH/SIDA me hizo descubrir, casi como una exigencia inesperada, la necesidad de luchar contra todo tipo de discriminación, incluida la discriminación debida a la orientación sexual. Este descubrimiento me llevó a entrar en contacto con personas homosexuales y grupos que trabajan a favor de la diversidad sexual. Con respeto y honestidad, he tratado de acompañar a algunos de ellos en sus procesos y trabajos y a aportarles mi visión del evangelio. Me gusta estar disponible para este tipo de trabajo, porque estoy conciente de que hay muy pocos sacerdotes que se dediquen a ello y que manejen el tema sin prejuicios discriminatorios.

En realidad, recibo mucho más que de lo que soy capaz de aportar. La comunidad gay, en mi experiencia, tiene claroscuros, como toda comunidad humana. No estoy de acuerdo en la visión maniquea que ve a gays y lesbianas solamente como víctimas inocentes, aunque en ocasiones lo sean. Ocurre lo mismo con el trabajo que desarrollo en el área del pueblo maya: la mistificación de los mayas nos ha hecho mucho daño y ha sesgado mucho nuestro discurso. Hay una distancia muy grande entre la comprensión de la situación de vulnerabilidad del pueblo maya y la falta de respeto a sus derechos fundamentales, con esa tendencia a sacralizar todo lo que tenga que ver con los indígenas. Tal visión, desde mi punto de vista, no ayuda a la comprensión de la realidad, sino que la estorba. Así que en la comunidad gay, como en toda comunidad humana, hay gente buena y mala, generosa y egoísta. Pero mi contacto con ellos y ellas ha sido muy enriquecedor: he recibido grandes lecciones de entrega y de valentía de muchos de ellos.

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