¿Renacionalización total de Petrobras?
Alfredo Jalife-Rahme
La Jornada
La insolvencia del sector privado neoliberal en los países del G-7 y la OTAN (ya no se diga en sus excrecencias periféricas como España) ha desembocado en colosales nacionalizaciones bancarias en Gran Bretaña, Alemania y ahora Estados Unidos con la quiebra de Fannie y Freddie, al unísono del retorno del nacionalismo político.
Son tiempos de la desglobalización, que subsume nacionalizaciones y el retorno del nacionalismo pero, sobre todo, de la desprivatización, la renacionalización y la restatización de los hidrocarburos que reflejan el incipiente orden multipolar y su nuevo orden geoenergético mundial, donde las empresas de los estados nacionales concentran ya 95 por ciento de las reservas de hidrocarburos, frente a un exiguo 5 por ciento de las trasnacionales privadas, primordialmente anglosajonas, en vías de desmoronamiento.
Por tal motivo, no hay que asombrarse del giro realista del gobierno de Lula y del liderazgo empresarial nacionalista de Brasil, quienes reclaman a coro la renacionalización total de Petrobras, a raíz de los pletóricos descubrimientos en el océano Atlántico, que no desean compartir ni regalar a sus socios foráneos actuales, como se desprende de las declaraciones de José Sérgio Gabrielli de Azevedo, director de Petrobras; Edison Lobão, ministro de Minas y Energía, y Ricardo Amaral, un prominente empresario.
José Sérgio Gabrielli de Azevedo instó al aumento de impuestos y otro marco legal a las trasnacionales privadas de hidrocarburos que operan en Brasil: “la legislación actual fue resultado de una regulación hecha para atraer a compañías que fueran capaces de asumir los riesgos exploratorios. Petrobras asumió esos riesgos. Pero hay regiones en las que el riesgo exploratorio es mínimo” (El País, 6/7/08). Brasil no desea compartir, y menos regalar, la inmensa riqueza de sus recientes descubrimientos, que pueden convertir a Petrobras en la quinta empresa energética mundial. ¡Al revés de Calderón y sus aliados priístas!
Petrobras es una empresa controlada por el Estado brasileño (55 por ciento de sus acciones con derecho a voto), mientras el restante pertenece al sector privado (en su mayoría foráneo), que ha descolgado suculentas ganancias, como la pirata española Repsol, que carece de tecnología de punta y cuyo país de origen no posee hidrocarburos.
Gracias a su tecnología en aguas ultraprofundas, Petrobras es quien ha descubierto los nuevos yacimientos, que pueden alcanzar la mirífica cifra de 33 mil millones de barriles de petróleo que, a un precio de 100 dólares el barril, equivaldrían a más de 3 billones de dólares, que no desean compartir con las parasitarias trasnacionales privadas.
Gabrielli de Azevedo sostiene que el aumento de impuestos va dirigido a las “concesiones en nuevas áreas”, lo cual confiere al gobierno una “capacidad de intervención” en sus prioridades y en la “velocidad de las inversiones”. Petrobras no desea depender de la voluntad unilateral y discrecional de las trasnacionales privadas, cuando su objetivo es duplicar su producción presente, de 2.3 millones de barriles al día. Lo que sucede es que las trasnacionales privadas ganan en sus activos bursátiles con la simple posesión de reservas sin necesidad de explotar (a expensas de los planes del país anfitrión).
Nadie lo dice, pero la privatización parcial de Petrobras del entreguista ex presidente Fernando Henrique Cardoso, quien resultó un fundamentalista neoliberal y un vulgar peón de las trasnacionales, se escenificó durante el auge de la globalización financiera mediante el chantaje de la banca israelí-anglosajona, asociada a las grandes trasnacionales petroleras de Estados Unidos y Gran Bretaña, que presionó en los “mercados” la cotización de la deuda soberana brasileña. Esta historia macabra, en la que participó el megaespeculador George Soros, mediante su control del banco central de Brasil, aún no se escribe en plenitud.
Pero no es lo mismo 1997, fecha de la forzada privatización parcial de Petrobras, que 11 años después, cuando el modelo neoliberal global se ha desfondado.
Mas acorde con los tiempos “modernos”, que significan etimológicamente las “tendencias presentes”, Edison Lobão, ministro de Minas y Energía, consideró que “lo ideal es que Petrobras administre todas (sic) sus reservas” en las aguas ultraprofundas: “en la actualidad 60 por ciento de las acciones se negocian en una bolsa de valores, y 80 por ciento de ese total está en manos de los estadunidenses. No podemos entregar toda esta riqueza a un puñado de inversionistas” (O Estado de São Paulo, 15/7/08).
Después de proponer cambios al marco jurídico y hasta la creación de una nueva empresa estatal para administrar los resultados de las licitaciones, Edison Lobão afirmó que los últimos bloques licitados por la Agencia Nacional del Petróleo, Gas y Biocombustibles (ANP) “serán retomados (¡súper-sic!) por el Estado a causa del retraso en el cronograma de explotación”, ya que las trasnacionales privadas foráneas ExxonMobil y Shell “no han sido capaces de explotar los bloques en el periodo especificado en el contrato de concesión”, debido a la falta de equipo en el mercado mundial por escasez de plataformas, perforadoras y navíos-sondas.
ANP admite que Brasil no debe precipitarse a la subasta de bloques en las aguas ultraprofundas.
Al contrario del entreguista neoliberal Cardoso, el gobierno de Lula ajusta la nueva correlación de fuerzas del flamante orden geoenergético mundial, dominado por los estados nacionales, para beneficiar a Brasil, que parece haber iniciado la desprivatización y renacionalización de Petrobras, a grado tal que se plantea crear una empresa adicional de hidrocarburos propiedad 100 por ciento del Estado.
El prominente empresario y financiero Ricardo Amaral, con un doctorado en economía, sacudió a Brasil con su proclama persuasiva, en un extenso estudio proyectivo, para renacionalizar Petrobras: “es imperativo que el gobierno brasileño siga la principal tendencia global y comience a renacionalizar lo más pronto posible a Petrobras” (RGE Monitor.com, 10/7/08).
La razón principal que aduce se basa en el prodigioso flujo de caja con el que contarán en los próximos 20 años los países petroleros del Golfo Pérsico, que descolgarían, a un precio módico de 80 dólares el barril, un mínimo de 40 billones de dólares, ¡73.3 por ciento del presente PIB mundial!
Parte de tal fortuna de los hidrocarburos, Calderón y sus aliados priístas pretenden regalarla a las parasitarias trasnacionales gallegas y texanas, cuyos países de origen se encuentran totalmente desfondados financiera y económicamente.
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