Estamos ante una rebelión de las masas
En occidente, la furia ya no está limitada a fuerzas anticapitalistas y de antiglobalización extremas. Existe profundo malestar por la inequidad.
Dominique Moisi | Hoy 6:47 | 101 lecturas | 1 comentario
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La crisis económica actual está uniendo al mundo democrático en la ira tanto como en el miedo? En Francia, frente al cierre de muchas fábricas, una ola de toma de rehenes ejecutivos está sacudiendo las salas de directorio y a la policía en todo el país. En Estados Unidos, las grandes compensaciones que obtienen los ejecutivos de manos de empresas que reciben miles de millones de dólares en rescates con dinero de los contribuyentes -en especial, la gigantesca aseguradora AIG- han enfurecido a la opinión pública. De la misma manera, en Gran Bretaña, un público cada vez más inquisitivo y crítico hoy está aglutinando a banqueros y miembros del Parlamento en un clima común de sospecha.
¿La actual crisis está creando o revelando una creciente división entre gobernantes y gobernados? La furia popular es una de las consecuencias más predecibles, y ciertamente inevitables, de la actual crisis financiera y económica. El factor de unión detrás de esta creciente furia es el rechazo de la desigualdad tanto real como percibida -la desigualdad tanto en el trato como en las condiciones económicas.
Parece obvio que una mayor desigualdad económica en Estados Unidos y, de hecho, en toda la OCDE, ha cebado la percepción de injusticia y de creciente furia. En Estados Unidos, a medida que remontó vuelo el sector financiero, la base industrial se contrajo marcadamente. Resulta evidente que en todo el mundo occidental, particularmente en los últimos 20 años, a quienes estaban en la cima de la escala salarial les ha ido mucho mejor que a aquellos en el medio o en la parte inferior. Mientras los ricos se enriquecían, los pobres no se empobrecían, pero la brecha entre ricos y pobres se expandió significativamente.
La actual crisis puede haber erosionado seriamente la riqueza de muchos de los muy ricos, destruyendo sus activos de una manera sin precedentes. Pero el miedo, si no la desesperación, de los pobres y de los no tan pobres ha aumentado de forma tremenda. Por supuesto, las desigualdades entre los países son una cosa, y las desigualdades dentro de los países, otra muy diferente. Pero hoy los dos procesos se están produciendo simultáneamente y a un ritmo acelerado.
La furia ya no está limitada a fuerzas anticapitalistas y de antiglobalizació n extremas. Un profundo sentimiento de injusticia se está propagando en grandes segmentos de la sociedad. Esta sensación de injusticia es contenida sólo en parte por consideraciones políticas en Estados Unidos, gracias al "factor Obama", un fenómeno raro que se puede describir como el restablecimiento de la confianza en los líderes políticos propios.
Pero cuanto más se desconfíe de la política, mayor será la furia que se manifieste, especialmente si el país está impregnado de una tradición y cultura "revolucionaria" romántica. Es el caso de Francia, donde contrariamente a lo que pensaba el historiador François Furet en el colapso del comunismo hace 20 años, la Revolución Francesa ni terminó ni es un capítulo cerrado de la historia.
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